La simpática anécdota… antes del Covid-19.
Estábamos en vacaciones de verano y era media tarde, llegábamos a casa y mi marido al entrar en el portal, fue a mirar en el buzón, lo abrió, y además de facturas habituales, había una carta inesperada, enseguida la dio la vuelta y escrita a mano señalaba la dirección de unos amigos swinger de toda la vida y entre paréntesis ponía invitación fiesta privada. Fran quería abrirla, pero no le dejé, me apetecía saborear las letras y el mensaje que traía. Subimos las escaleras rápidamente y enseguida nos sentamos en el sofá del salón para abrirla; efectivamente eran unos buenos amigos que tienen una casa enorme y muy bien equipada (para jugar) a las afueras de la ciudad, en un pueblecito cercano a la sierra madrileña; leímos y escuetamente decía:
«Venid el sábado a nuestra casa, vamos a dar una fiestecilla, para pasarla bien. Podéis traer vino, que elija mi risueña favorita.»
Al día siguiente teníamos resueltos las obligaciones familiares, y me tome parte del sábado para descansar y arreglarme, mi chico hizo lo propio… cuando ir como un pincel fue nuestra meta, cogimos el coche, y ¡Hala! Al ataque! (jajaja, es lo que pensé yo).
Fuimos escuchando KISS FM, pero no muy alto pues mi chico y yo íbamos hablando de la fiesta y yo también estaba leyendo; Frankestein (o el moderno Prometeo), de Mary Shelley.
Bueno, pues cuando nos encontrabamos cerca de la ubicación buscada, y llamamos a nuestros amigos, lo hicimos y salieron con su mejor sonrisa a recibirnos, a Él le encantó el vino de variedades garnacha tinta y malvar y a Ella la botella de Tequila reposado.
Nos dijeron os vamos a presentar a unos amigos que no conocéis, ¿qué os parece? Ni lo pensamos, …
Ya dentro saludamos, besitos y sonrisas por aquí y por allá, una copita de vino tinto, un agua mineral con gas y cómo no, les pregunté al animado grupillo que estábamos formando a sacar unos vasitos helados para los chupitos. Efectivamente el tequila entró caliente pero se transformaba en desinhibidor instantáneo, y eso que ya anteriormente al trago, ya estábamos totalmente relajados y calentitos… pero ésto para mí fue el summum de la expresividad… Anteriormente ya había observado y bien observado a las chicas tan atractivas por dentro como por fuera que tenía a mi alrededor; Y le dije a la pelirroja de mi derecha; ¡Qué faldita más mona, y tiene pinta de quitarse muy bien!, y ella me propuso que por qué no empezaba yo a enseñar mi seductora lencería que yo estaba dejando entre-ver desde mi llegada, pues ni corta ni perezosa, me quité lentamente el suéter, y el vestido le dejé caer contoneando mi cuerpo bailando al son de una canción de Briam Adams; y canté suavemente que todo lo hacía por ellos, luego dí un puntapié al tanga, y seguí bailando jugueteando, acariciando y deslizando con mi mano el cuerpo de mi chico y el de la chica, y como ella no se echaba atrás tampoco, pues seguímos ardientemente, y literalmente, pues las gotitas de sudor me caían por el canalillo y se juntaron con el olor de mi perfume; efluvios que aprovecharon mis juguetones acompañantes para acariciarme con la punta de su nariz uno por arriba y la otra por abajo; la pelirroja que estaba tan ardiente y erótica como yo deslizó sus dedos hacia mis ingles, hacia la zona más erógena y la más húmeda de mi cuerpo, y me susurró; «¿llevas un piercing en tu vulva?, y yo la contesté: «!Ah, no se me ha caído todavía el punto!»¿Qué punto me dijeron todos?
Y como estábamos en el salón grande, aproveche la barra de pole dance que había en el centro para marcarme un bailecito, desde la plataforma, y los demás desde abajo atentamente mirando, para terminar abrí mis piernas en «uve», y la pelirroja se acercó, deslizo su dedo suavemente, y me dijo no ya no tienes el punto; » se te ha caído, dijo. A mi también me quitaron un granito o espinilla, pero a ti te a quedado muy bien, no se te nota nada».
«Gracias guapa, le dije. Me bajé de la pole y sonriendo la dije; «me enseñas cómo te ha quedado a ti». Ella me guiñó un ojo y me dijo; «anda picaruela». Me agarró con su mano y también agarró a su atractivo marido, mi chico sonreía y nos seguía hasta una habitación contigua más reservada… Bailamos al compás de música de jazz, agarraditos pareja con pareja, desnudándonos con la vista, intercambiamos parejas, nos dimos un dulce y picante besito a cuatro, y sonreímos… a continuación bailamos y gozamos con nuestra mentes y nuestros cuerpos hasta el amanecer, terminamos en el jacuzzi de los anfitriones relajándonos y agradeciéndoles la fantástica velada que aún seguíamos disfrutando.
Mi marido y yo nos miramos acarameladamente, y nos dimos un beso de película que nos supo a «gloria bendita».
Por último nos despedimos de todos, y expresando nuestro deseo más sincero de volverlos a ver.
Salimos de la casa satisfechos en cuerpo y alma, mi atento marido me obsequió con un ramillete de hierbabuena que encontró por su olfato.
Qué ganas tenemos de volver a pasar estos hermosos y sexuales ratitos.


¡Muy erótico! Me he sentido ahí, espiando tras el cortinado…
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Sí de eso se trata, del morbo.
A mí me ha pasado que en veinte años me he alimentado poquito a poquito del morbo y ahora me gusta, vaya, jajaja.
Gracias por comentar.
Un abrazo con morbo y sin morbo.
De Fran y mío.
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El morbo potencia el erotismo, es uno de los condimentos que sazona la experiencia.
Abrazos.
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